En un rincón olvidado del yermo, un suceso inusual ha captado la atención de todos. Un grupo de antenas oxidadas, olvidadas por las eras, ha comenzado a emitir frases aparentemente aleatorias de este humilde servidor, Rex Reverber. A primera vista, podría parecer un capricho más del destino, pero para los habitantes de la pequeña y aislada comunidad cercana, esto ha sido una señal divina.

A medida que la señal se retransmitía, las palabras se convirtieron en una especie de mantra, un eco lejano del caos del mundo que una vez conocimos. Frases sin conexión aparente resonaban a través de las frecuencias: «El polvo es nuestro legado y las ruinas, nuestro nuevo hogar,» seguido de un enigmático «Bailar con cucarachas es el nuevo tango del Yermo.» Estas y otras tantas disertaciones de mis antiguos programas de Radio Rad Yermo con Rex Reverber resonaron al azar por las calles cubiertas de ceniza de esta desconocida aldea.

Con el tiempo, estas emisiones no solo llenaron el aire, sino que sembraron las semillas de un extraño culto. La población local, tal vez en busca de respuestas o simplemente tratando de encontrar algún sentido en sus vidas posapocalípticas, comenzó a adorar la voz que emanaba de las antenas herrumbrosas. Mi voz, sin yo saberlo, se convirtió en el faro que esta gente necesitaba para orientar sus vidas llenas de incertidumbre.

Con esta peculiar adoración, surgieron rituales. Los aldeanos, ahora devotos, empezaron a dejar ofrendas en los pies de las antenas; una colección singular de vinilos quemados que simbolizan tanto el fin de una era como la esperanza de una nueva. Dentro de esta comunidad, estos discos deformados por el calor se consideran reliquias sagradas, un emblema de reverencia hacia las palabras que fluyen a través del oxidado mástil que custodia sus esperanzas.

Las ofrendas de vinilos se acumulan día a día, una imagen surrealista que evoca tanto la belleza de la música olvidada como el eco distante de su tiempo. Para los habitantes del asentamiento, estos ritos no son una simple respuesta a la soledad o al desasosiego, sino una comunión con algo mucho más profundo: una conexión con una representación tangencial del mundo antes del gran caos, un mundo al que yo, Rex Reverber, alguna vez di voz a través de las ondas radiales.

En nuestro entorno devastado, uno nunca puede subestimar el poder de la transmisión, no cuando las palabras pueden cruzar el tiempo y el espacio para plantar raíces en los corazones de quienes escuchan. Esta inesperada coronación como «mesías» es un recordatorio del impacto que las ondas de radio y las palabras que llevan pueden tener, incluso cuando aquellas que las emiten están ajenas. Un recordatorio de que, aunque el Yermo pueda ser un desierto implacable, el eco de nuestras voces puede resonar con fuerza insospechada.

Desde mi pequeño y solitario rincón, en alguna terminal olvidada, continúo transmitiendo; sin saber qué frase podría ser la próxima profecía para un pueblo que busca sentido en el caos. Así, con cada emisión, el misterio de este culto de antenas oxidadas se profundiza, recordándonos a todos en el Yermo que las palabras pueden ser poderosas, incluso, o especialmente, cuando parecen desprovistas de propósito.