La noticia corrió como la pólvora, no porque el deporte rey aún se practicara con fervor en aquel devastado mundo, sino por la naturaleza surrealista de las imágenes. ¿Cómo podían unos talismanes predecir el camino de un balón entre torres de concreto y acero? Pero allí estaban las figuras, vestigios de un pasado remoto, brillando al sol mortecino con resplandores provocados por la radiación que aún permeaba en sus pigmentos.
Los rumores sugieren que estas imágenes eran parte de un estudio loco por parte de algún olvidado futurista obsesionado con los deportes, quien, quizás en un experimento de marketing visionario, buscaba combinar augurios con el entretenimiento mas visto del planeta. Se había especulado durante décadas que tales instalaciones, dedicadas a fines misteriosos, aún albergaban secretos de un tiempos más prósperos y menos caóticos.
Un grupo de nómadas, que encontraron el mural durante su travesía, rápidamente se hicieron guardianes de su descubrimiento. Con ingenio y algo de maña en comercio, ya que aún funcionaban como comerciantes itinerantes, transformaron el lugar en un pequeño punto turístico. Ofrecían a los visitantes una visión del futuro, al menos, lo que aquellas imágenes prometían. Y vaya que no tardó en convertirse en un asunto de interés; entre el intercambio de chapas, la mercancía proscrita y los cuentos de fútbol, la historia del mural empezó a formar parte esencial de las conversaciones nocturnas al calor de las fogatas.
Algunas de estas profecías eran realmente asombrosas: equipos que ganarían campeonatos improbables, jugadores que romperían récords en los estadios que ya no existían más que en relatos. Incluso los nombres de jugadores apagados por el paso de los años resonaban, evocando hazañas que en aquellas tierras devastadas servían más como cuentos para dormir que como hechos históricos.
Estos visionarios del tiempo antiguo quizás nunca supieron el impacto que sus creaciones tendrían en un futuro donde la misma noción de un juego limpio era un lujo. Para algunos, el mural se transformó en una suerte de culto, un legado de lo que era la grandeza humana incluso en los actos más triviales. Para la mayoría, sin embargo, era solo un recordatorio de la futilidad de sus viejas preocupaciones frente a los desafíos actuales del Yermo.
Como sea, este evento ha traído un aire de misterio aderezado con el perfume rancio y metálico del polvo radiactivo. Historias como ésta son las que mantienen vivo el espíritu de exploración en el Yermo, siempre prometiendo que, aunque el pasado haya sido borrado, sus ecos aún pueden susurrar al oído de los aventureros más intrépidos.
